sábado, 23 de junio de 2012

Cine: Los Amores Imaginarios. Xavier Dolan

Juego amoroso El joven prodigio Xavier Dolan primero mató a su madre y luego, en su segunda película Los amores imaginarios, muere de amor atrapado en un triángulo queer. Cuando todavía no había cumplido los veinte años, Xavier Dolan tenía una larga trayectoria como actor infantil en Canadá y ya había debutado con su primer largometraje como director, guionista y protagonista, que sería elegido para competir en la sección Director’s Fortnight del Festival de Cannes. Su título, Yo maté a mi madre (J’ai tue ma mère, 2009), le aseguraba al joven de Quebec que el mote de enfant terrible se multiplicaría en la prensa francesa. La película era una suerte de psicodrama eléctrico sobre las tensiones entre una madre y su hijo gay, llegando a picos de violencia verbal bastante extremos, donde se adivinaban visos autobiográficos en las catarsis que se sucedían en cada secuencia. Después de arrasar en Cannes con los premios, volvió por más al año siguiente con Los amores imaginarios (Les amours imaginaires, 2010), que lo vuelve a contar detrás y delante de la cámara, para cristalizar no sólo una capacidad precoz para sostener una producción cinematográfica sino la versatilidad para poder dar una vuelta de hoja a su obra. Desacelerado, sin la virulencia adolescente que desarrollaba en su debut, Dolan tiene la mirada más calma para retratar otra historia de amor imposible, en este caso un triángulo amoroso que tiene más de tristeza que de romance. Tadzio siglo XIX El vértice bisagra de la tríada geométrica del relato de Los amores imaginarios es Nicolas, interpretado por Niels Schneider, que podría ser un eslabón de la cadena evolutiva del Tadzio encarnado por Björn Andrésen que moldea Visconti para su versión cinematográfica de Muerte en Venecia (1971). Con rulos rubios de querubín y una masculinidad laxa algo estilizada, Nicolas es un recién llegado al círculo de amistades de Francis (Xavier Dolan) y Marie (Monia Chokri), quienes competirán por conquistar su amor esquivo. Dos o tres planos son suficientes para establecer la mirada cautivada por Nicolas: con sólo verlo fumar en cámara lenta en una charla casual puede flechar corazones a la deriva. Es que Schneider hace de su Nicolas un prodigio de fotogenia pura, de sex appeal instantáneo, que lo convierte en heredero de una casta de actores franceses de belleza aguerrida y casi obscena, cuya máxima expresión podría ser Gérard Philipe. Su evidente star quality lo ubica a Nicolas en el pico más alto del triángulo de Los amantes imaginarios, un vértice que brilla con estrella propia. Y aunque podría pensarse que el amor a primera vista podría ser el tema central de la segunda película de Dolan, en realidad, la construcción de la escena amorosa más que el amor, y sobre todo la construcción de las estrellas cinematográficas, tiene una importancia inusitada y es donde reside su originalidad. En su visión del romance artificial entre los tres personajes, Dolan plantea el nivel de erotismo de las estrellas de cine y de cómo las películas fueron construyendo y contaminando muestra propia identidad sensual a través de la representación de actores y actrices que se volvieron iconos de una forma de enfrentar nuestra propia experiencia de seducir y ser seducido. “¿Pensás en estrellas cuando cogés, en Marlon Brando, James Dean, Paul Newman?”, le pregunta un amante a Marie, para tratar de desenredar el lugar que ocupa en la mente de su partenaire la cinefilia erótica, y así se hace explícito cómo el star system funciona en la narración como fetiche sexual. Por eso, el título de la segunda película de Dolan se refiere a las estrellas de cine, a amantes de celuloide que son carne de la fantasía colectiva, fantasmas que materializan luces y sombras de nuestros deseos. El aura que Walter Benjamin planteaba que había desaparecido del arte en la época de la reproductibilidad técnica, se trata de restituir en las películas a través del culto a la estrella de cine, que todavía mueve constelaciones de espectadorxs. El impacto social de las estrellas de cine se puede ver como un relato sobre la sexualidad queer, como lo demuestran los libros de Manuel Puig al fenómeno dentro y alrededor de The Rocky Horror Picture Show, dos de los exponentes más arácnidos de esta forma de sensualidad, en el sentido de capturar al público como moscas en las redes de la seducción polimorfa. El anacronismo es muy sensual Dolan transforma a sus personajes en una versión vintage del apogeo de la estrella cinematográfica de la década del ’50. Jóvenes anacrónicos, Marie y Francis se mueven en la Canadá contemporánea como eyectados de otra época, con su estética retro que refiere al Hollywood clásico, a los mitos fundantes de la juventud glam que erotizaron la elegancia con candidez y rebeldía en altas dosis. Así, Marie se traviste de Audrey Hepburn, la actriz adorada por Nicolas, para atraparlo en su estilo: muñequita de lujo, con tanto destello camp como para pasar por drag queen, con peinado alto y una explosión de color entre sus pliegues (diseñados, como todo el vestuario, por el mismo Dolan). Por su parte, para construir su identidad, Francis se draguea de James Dean, con jopo a la gomina, chaquetas y jeans, el modelo de juventud que su personaje gay reivindica como sensibilidad urbana. Y la película, en largas caminatas en cámara lenta robadas al Wong Kar-wai de Con ánimo de amar, hace desfilar por las calles convertidas en pasarelas a sus tres protagonistas, para demostrar la vigencia retro del artificio estelar. Hasta en la intimidad, cuando las luces rojas, verdes, azules bañan los cuerpos de los y las amantes para descomponer en su piel la potencia sensual del technicolor, con distintas suites de Bach atronando para que sus dormitorios tengan la banda de sonido que la pomposidad que el cariño fantástico de las caricias merece. Así, Dolan apuesta a teñir cada detalle con una teatralidad donde el amor y el sexo acceden a una dimensión de glamour que el mundo actual, convertido a la religión de reality, está perdiendo. Los amores imaginarios es un homenaje performático a cierta pasión perdida por el afeite, el look y la pose, a cierto goce por una personalidad Frankenstein, monstruosa en su poder de sugestión, que el firmamento del cine forjó durante el siglo XX. El mes pasado, el Festival de Cannes programó Laurence Anyways (2012), la última película de Xavier Dolan, que explora las tribulaciones de un hombre que quiere convertirse en mujer, mientras trata de conservar una larga relación heterosexual que mantiene con su pareja. Dolan describió la película como “semificcional y semiterapéutica”. Es una buena noticia que su transformación siga en curso. Por Diego Trerotola Los amores imaginarios podrá verse el viernes 28 de junio como parte del Primer Plano I-Sat Fuente: Página 12. Viernes, 22 de junio de 2012.

jueves, 14 de junio de 2012

Aki Kaurismäki Director | Guionista (04/04/1957) El artista lacónico por José María Aresté

Aki Kaurismäki responde a la perfección al concepto de cine de autor. Sus películas son personalísimas, responden a una visión de las cosas y a un modo de contar que se dirían irrepetibles. Aki Olavi Kaurismäki es el principal representante del cine finlandés, junto a su hermano mayor Mika, de estilo fílmico muy diferente. Nacido en Orimattila, Finlandia, en 1957, creó junto a Mika, también cineasta, su propia productora, Villealfa Oy, nombre que homenajea a la película Alphaville, de Jean-Luc Godard; bastante más tarde rebautizaría su compañía como Sputnik Oy. El título que lanzó a ambos hermanos y revolucionó el cine finés sería Valehtelija (El mentiroso), de 1981. La dirección era de Mika, pero Aki coescribió el libreto, además de interpretar un personaje, que justamente se llamaba Ville Alfa. Aunque Aki ha abordado algún clásico literario –debutó en el largo en 1983 con Crimen y castigo, a partir de la novela de Dostoievsky, y Hamlet va de viaje de negocios es una mirada muy particular de la obra de Shakespeare–, su cine se caracteriza por el minimalismo, presente incluso en la duración de las películas, que afirma que nunca deberían durar más de hora y media, norma que cumple a rajatabla. El hecho de que escribe, dirige y produce sus películas le aseguran un control total de sus historias. Dice que le gusta improvidar en el plató, pero que no son los actores los que improvisan, sino él, lo que da idea de ese férreo control sobre el resultado final. En sus películas dominan los silencios (“si la película se lleva a un nivel minimalista aún el simple sonido de una tos puede ser bastante dramático”, afirma), y cierto aire tristón. Los personajes, trabajadores de condición humilde, son lacónicos, y expresan sus pensamientos con pocas palabras. Hay en sus miradas reconcentradas un anhelo de felicidad que no siempre es colmado. Y el cineasta ha encontrado en una serie de actores, sobre todo en los habituales Matti Pellonpää –fallecido prematuramente en 1995 de un infarto, con 44 años–, Kari Väänänen, Markku Peltola y Kati Outinen, los intérpretes perfectos para sus historias, existe una clara complicidad con ellos. De su particular sentido del humor da idea el siguiente comentario: “Cuando era joven, me sentaba en el cuarto de baño y las ideas simplemente venían a mí. Ahora sólo me siento en el baño.” ¿Es Aki un cineasta pesimista u optimista? No existe una respuesta simple. Sus historias están abiertas a la esperanza, los náufragos existenciales que las pueblan pueden llegar a catar algo parecido a la felicidad (el final abierto de Sombras en el paraíso y Luces en el atardecer, la historia romántica de Ariel), pero también puede haber amarga ironía (la terrible odisea de La chica de la fábrica de cerillas). Y en cualquier caso, ese remanso de paz que pueden llegar a alcanzar habrá estado precedido de vicisitudes que pueden incluir hasta la violencia física (las palizas que reciben los personajes es un motivo bastante recurrente en el cine del finlandés, como ocurre en El hombre sin pasado, título con el que ganó el Gran Premio del Jurado en Cannes, mientras que Kati Outinen fue la mejor actriz del certamen). Una de las grandes películas de Aki es Nubes pasajeras, sobre la que comentó “es totalmente trágica. Cuando comencé a escribir el guión para esta película, puse en un extremo la historia de rescate emocional de Frank Capra en ¡Qué bello es vivir! y en el otro Ladrón de bicicletas, de Vittorio De Sicca, y la realidad finlandesa en el medio.” El resultado es una estupenda reflexión sobre el desempleo, más optimista de lo habitual en el cineasta, y que está enmarcada en un restaurante. No es un lugar casual, pues Aki es copropietario de varios restaurantes en Helsinki, y del Hotel Nummi-Pusula. Aki puede ser un tipo paradójico. El humor ligero que acompaña a la banda musical de Leningrad Cowboys Go America y Leningrad Cowboys Meet Moses da idea de ello, contrasta con le etiqueta de ‘cine triste’, que fácilmente puede adherírsele. Mientras que la cuidada y alegre música que acompaña a sus películas, y una fotografía de cuidada paleta de colores, deudor tal vez de un Fassbinder o un Almodóvar (aunque las influencias pueden ser mutuas), son también un desmarque de los lugares comunes. Sobre el profundo compromiso moral de su cine, dan idea estas palabras del cineasta: “El sentido de la vida es adquirir principios morales que respeten la naturaleza y a los demás seres humanos, y seguirlos.” Fuente: decine21.com

lunes, 11 de junio de 2012

Cine:El puerto (Aki Kaurismaki, Finlandia, 2011)

Simple y honesto. El puerto, como lo indica su titulo original, se refiere a la ciudad portuaria francesa Le Havre, devastada por la segunda guerra mundial y reconstruida en parte según el modelo vigente moderno de esa época, lo que ofrece una mirada algo distinta al típico imaginario que tenemos de Francia. Los films de Kaurismaki siempre tienen la mirada puesta en la esferas más pobres. En El puerto, el protagonista Marcel Marx es un lustrador de zapatos, un adorable personaje que genera empatía en el espectador desde el comienzo. Además esta mirada se cruza con el tema complicado de la migración; en este caso son africanos que llegan encerrados en un container al puerto de Le Havre, donde la policía los encuentra y los lleva a centros para inmigrantes. Idrissa, uno de los niños refugiados, logra escapar y se encuentra con Marcel. Él lo cuida mientras su esposa Arletty (la protagonista de La vendedora de fósforos y actriz fetiche del director) está hospitalizada por una grave enfermedad. Se nota que Kaurismaki protege a sus personajes y es generoso con ellos, dándoles la posibilidad de ser humanamente transparentes y nobles. Los demás personajes como la panadera, el verdulero y la dueña del bar son bondadosos y crean una burbuja contra un poder maligno intangible y fuera de campo. Ya sabemos que son pobres, humildes y trabajadores; pero en esta película el director no nos quiere mostrar el lado miserable sino captar otra emoción sin hacer de la pobreza algo pintoresco. Un personaje trascendental en el film es el perro del lustrador. Muchas veces aparece en escena en primeros planos dedicados a él, que sin decir palabra aporta a la narración, siendo una especie de vouyerista de las situaciones, haciendo que el espectador sienta simpatía e identificación con él. Los detalles del film lo hacen bello y lleno de símbolos, ya sea en la vestimenta (el vestido amarillo del reencuentro, los tantos planos detalles de zapatos, el planchar de la esposa), presentados de una manera que parece una critica al capitalismo y el consumismo. O las flores (el florecer del cerezo, las flores en casa de la panadera y sobretodo las flores rojas y amarillas en hospital) que a lo largo del film se les dedica un plano detalle a cada una de ellas- es el símbolo del amor en la pelicula. En cuanto a la fotografía es impecable, llena de color y texturas agradables a la vista, como la escena de Idrissa en casa de la panadera, con una decoración minimalista, en la que se encuentra sentado en el sillón sin hacer nada- parece un cuadro; o las escenas en el puerto, tomadas en plano general, en el cual se ve el panorama de Le Havre, donde el mar, el puerto, el detective, Marcel Marx e Idrissa generan contrastes de colores y movimientos suaves. Esta película está llena de imágenes que se quedan gravadas en la mente, gracias al juego de colores, encuadres muy bien pensados y sumado a la emoción de cada situación. Kaurismaki sabe manejar los tiempos, las miradas y las reflexiones sin generar aburrimiento: cada escena es delicada y sutil y los personajes son muy profundos, lo que permite deleitarnos con ellos: tienen un misterio que como espectador queremos descubrir. Se nota que hay una dirección clara hacia lo que se quiere decir y sabe los recursos para decirlo. El film trabaja también el humor y el toque surrealista, a pesar del tema tan político como la migración en Europa. Tiene momentos magníficos, como cuando el lustrador, con su mejor traje, viaja para conocer al abuelo de Idrissa que se encuentra en un campo para inmigrantes. Para que lo dejen entrar, dice que es el hermano albino de la familia (siendo muy francés y muy blanco) y apela al derecho civil (puede acusar de racista al encargado) momento irónico que también es capturado continuamente en el personaje del policía, estilo film noir, casi caricaturesco, a veces con rasgos cómicos (como la escena del ananá en el bar). También está la escena del músico y su novia cuando no puede cantar porque se peleó con ella, “el manager de su alma”. Gracias al lustrador se reconcilian y por varios segundos el director nos deja viendo como ellos se miran, en una especie de imagen congelada y actuada, que como espectador no estamos acostumbrados. Demarca la enunciación, generando esa risa desconcertante, pero que sin embargo por su simplicidad y honestidad no nos distancia de la historia. En estos momentos me acuerdo porque me gusta tanto Buenos Aires: una sala llenísima de un complejo comercial a las 6 de la tarde para ver a Kaurismaki, riéndose de su humor. No se trata de contar una ficción solo para entretener un rato, ni apela al sensacionalismo del tema ni a las emociones. Kaurismaki está muy consciente del dispositivo cinematográfico, nos hace jugar, emocionar, reír y llorar honestamente. Es una película con final feliz, pero no ingenua. Escrito por Violeta Soto 2 DE JUNIO DE 2012